jueves, 12 de febrero de 2015

El indeferentismo religioso


Otros ni siquiera se plantean los problemas acerca de Dios, puesto que no experimentan inquietud alguna religiosa, ni entienden por qué hayan de preocuparse ya de la religión. 
(GS, 19)

Además del ateísmo, ciertamente se ha dado en los últimos tiempos un fenómeno que podemos llamar indiferentismo religioso. 

Es la actitud de aquellos que prescinden del tema religioso por completo. Esta actitud, que es posible, no es fácil que dure si el hombre cultiva los valores humanos más importantes. Es difícil encontrar motivos para obrar rectamente si no se tiene un sentido trascendente de la vida, es decir, si no se considera que las propias acciones valen ante Alguien, que no son los demás. 

Otra cosa es que no se crea en una determinada Iglesia o confesión religiosa; que no se practiquen unos ritos religiosos, etc. Pero en el corazón de un hombre recto hay una relación a un orden trascendente, a unos valores supremos, que están por encima de lo terreno. Se podría expresar con las famosas palabras que el trágico griego Sófocies puso en boca de Antígona: 

«Y no creía yo que tus decretos (se refiere al tirano Creonte) tuvieran tanta fuerza como para permitir que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. 

LA EXISTENCIA DE DIOS Y LA INTELIGENCIA HUMANA

Ha sido una enseñanza constante de la iglesia y, por tanto, de los pensadores cristianos, que el hombre puede conocer con certeza al Dios vivo y verdadero, por la luz natural de la razón humana, por medio de las cosas visibles (cfr. Concilio Vaticano I) 

En efecto, el progreso de las ciencias no da razón de por qué existe el mundo, cuál es su origen, quién lo ha organizado tan admirablemente y para qué. Algunos han querido explicarlo por el azar y la casualidad, como si mezclando letras sin orden ni concierto o poniendo un mono a la máquina de escribir pudiera resultar el Quijote o uniendo al azar notas musicales pudiera surgir la Novena Sinfonía de Beethoven. 

Pensadores de todos los tiempos han elaborado argumentos más o menos sencillos para razonar la existencia de Dios. Entre todos ellos destacan las llamadas –vías- de Santo Tomás de Aquino. 

Las vías de Santo Tomás parten de un hecho de experiencia; aplican el principia de que todo lo que surge ha de tener una causa proporcionada; esta causa, a su vez, ha debido ser causada por otra; esta serie de causas no puede ser infinita; luego se ha de admitir una primera causa, no causada, que es a la que llamamos Dios. 

La tercera vía considera que (...) en la naturaleza hallamos cosas que pueden existir o no existir, pues vemos seres que se producen y seres que se destruyen (...) Es imposible que los seres de tal condición hayan existido siempre, ya que lo que tiene posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que no fue. Si todas las cosas tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna existía. Si esto es verdad, tampoco debiera existir ahora cosa alguna, porque lo que no existe no empieza a existir más que en virtud de lo que ya existe (...) y, en consecuencia, ahora no habría nada, cosa evidentemente falsa. Por consiguiente, no todos los seres son posibles (pueden ser y no ser) o contingentes, sino que ha de haber alguno que sea necesario por sí mismo, al cual todos llamamos Dios. 
(Santo Tomás, Summa teológico, q. 2)

Hoy, gracias al desarrollo de las ciencias nos encontramos ante un hecho indiscutible: Desde hace miles de millones de años el universo está haciéndose. Ante este hecho cabe una pregunta: ¿Se hace a sí mismo o es hecho por otro? 

Lo primero es imposible y contradictorio, sólo explicable si se recurre a la falacia de atribuir a la materia originaria la capacidad de crearse a sí misma, organizarse por sí misma, de darse a sí misma la vida que antes no tenía y lo que es más ¡lógico todavía darse la capacidad de pensar, todo lo cual es absurdo. Sólo cabe la otra respuesta: Es hecha. Es hecha por un Ser que existe antes que todo. 

Esto, que con nuestra razón alcanzamos, lo conoció con certeza absoluta el pueblo de Israel por un designio divino. La Biblia, su libro sagrado, empezaba con estas palabras: -Al principio creó Dios el cielo y la tierra-. Dios existía antes del principio de todo.

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