miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Por qué la gente no quiere hablar de la muerte?



Efectivamente, la gente no quiere hablar de la muerte. Y resulta que lo más seguro que tenemos los seres humanos, una vez nacidos, es la muerte. Y resulta que el negocio más importante que tenemos en esta vida es el de nuestra salvación eterna. Resulta, además, que hemos nacido para prepararnos para la vida eterna, que nuestra vida aquí en la tierra es sólo una ante-sala, una preparación para lo que nos espera en la otra vida. Y este tiempo de preparación que es nuestra vida en la tierra es realmente muy breve, muy fugaz ... si lo comparamos con la duración de la eternidad, que no terminará ¡nunca!


Estas posturas equivocadas sobre la muerte son simplemente una evasión de la realidad, tal vez por temor a lo que es la muerte. Y ese temor es ocasionado por la falta de conocimiento de lo que es la muerte y de lo que nos espera en la otra vida. 

Tenemos que tener claro que la muerte no es un final, sino un paso a una vida mejor, mucho mejor que la que tenemos aquí. Como dice el Prefacio que se lee en las Misas de Difuntos: “la vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo”.

Esta oración contiene toda la verdad y la realidad de la vida terrena, de la muerte y de la Vida Eterna. En efecto, nuestra vida aquí no termina, sino que se transforma en algo muchísimo mejor. Es ¡tanto mejor! que no lo podemos describir, pues se trata de realidades infinitas, y nuestro intelecto humano y nuestro lenguaje son demasiado limitados para siquiera imaginarlas, mucho menos describirlas. 

San Pablo que pudo vislumbrar el Cielo, no lo pudo describir, pues no tuvo palabras para lograr una descripción adecuada, y se limitó a escribir esto: “oí palabras que no se pueden decir: cosas que el hombre no sabría expresar ... ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que tiene Dios preparado para aquéllos que le aman” (2 Cor. 12, 2-4 y 1 Cor. 2, 9).

Pero notemos las condiciones para llegar a disfrutar de estas indescriptibles maravillas eternas: “la vida de los que en Tí creemos, Señor”, nos dice el Prefacio ... “lo que Dios tiene preparado para aquéllos que le aman”, nos dice San Pablo.

Llegar a la Vida Eterna exige ciertos comportamientos durante esta vida no-eterna: Fe en Dios, que nos lleva a creer en El, a confiar en El y a esperar estas cosas maravillosas. Y amor a Dios, proveniente de esa Fe, que nos lleva a entregarnos a El y a cumplir en esta tierra su Voluntad. Sólo así: creyendo en Dios (Fe), confiando en El y esperando en lo que nos ha prometido (Esperanza) y haciendo en esta vida su Voluntad y no la nuestra (Caridad-Amor) “tendremos una mansión eterna en el Cielo”. Tendremos una felicidad plena que nunca terminará, pues será eterna... para siempre, siempre, siempre.


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