El perdón y el buen trato a quienes nos han hecho daño es, ciertamente, difícil. Pero no imposible. Además, es conveniente y necesario. Y, adicionalmente, nos lo ordena muy estrictamente, Dios nuestro Señor.
Hay que recordar que seremos perdonados por Dios como nosotros perdonemos a nuestros semejantes. Si no estamos dispuestos a esto no podemos siquiera rezar el Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” .
Pareciera que Jesús quiso medir su Perdón con la misma medida de nuestro perdón. Si realmente nos diéramos cuenta de cómo somos, de cuánto le fallamos a Dios y a nuestros semejantes, podríamos comenzar a ser magnánimos y comprensivos, y podríamos empezar a comprender la necesidad que tenemos de ser perdonados y de perdonar.
Podríamos comenzar con revisarnos interiormente, porque no basta perdonar externamente, es decir, no desquitarse o vengarse de alguna manera ante el daño recibido. Esto no basta. Recordemos que el deseo de venganza, como cualquier pecado, comienza a crecer en nuestro interior, y si allí se anida, brota en cualquier momento, en cualquier forma.
Así, aunque no lleguen a expresarse externamente, es preciso -además- ir evitando todo sentimiento y pensamiento de rencor, de resentimiento, de falta de perdón, que pretendan anidar en nuestra alma. Esto ensucia el alma. Y Dios, que todo lo ve y todo lo conoce, se da cuenta de nuestros sentimientos ocultos en contra de nuestros semejantes.
El nos exige amar como El nos ama. Y El nos amó hasta la muerte ... a pesar de nuestras faltas, de nuestras infidelidades para con El, de nuestros “no” a sus deseos.
Sí. Esta es una exigencia que pareciera imposible cumplir. Pero es imposible en la medida que tratamos de cumplirla por nosotros mismos. De hecho, nuestra naturaleza humana herida por el pecado, nos inclina a la venganza.
Sólo Dios en nosotros puede perdonar en nosotros el mal que nosotros preferiríamos vengar. ¿Cómo puede Dios actuar así en nosotros? Debemos buscar a Dios en la oración. Debemos orar para perdonar.
Un buen ejercicio de oración para aprender a perdonar es precisamente la frase del Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofrensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Al rezar el Padre Nuestro y al repetir esta frase, se puede pensar en los que nos han ofendido y ponerlos ante el Padre Celestial, tal vez diciendo interiormente al Señor: “Tú sabes, Señor, lo que me cuesta. Tú sabes, Señor, lo que siento. No puedo perdonar. Pero sí quiero perdonar, porque Tú me lo pides. Perdona Tú en mí, Señor”.
Por cierto, el perdón a los enemigos es una singularidad del cristianismo, porque la exigencia del perdón no está enunciada en ninguna otra religión. Esto nos lo menciona el Papa Juan Pablo II en su mensaje con motivo de la próxima Cuaresma, que trata precisamente sobre el perdón.
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