Cuando nos cae una desgracia o sufrimos un accidente o una enfermedad, enseguida pensamos ¿por qué yo? Y a veces podemos preguntarnos ¿qué mal he hecho o qué pecado he cometido para que Dios me castigue así?
Y esta visión que tenemos de que Dios “castiga” es porque creemos que la justicia de Dios se parece a la de los seres humanos.
En realidad lo que denominamos “castigos” de Dios son más bien llamadas suyas para seguirle en medio de las circunstancias que El tenga dispuestas para cada uno de nosotros.
Y El, que es infinitamente sabio, sabe lo que mejor nos conviene a cada uno: lo que nos conviene para lo que verdaderamente importa, que es nuestra salvación eterna.
Cuando pensamos en que Dios nos castiga es porque perdemos de vista lo que es nuestra meta, perdemos de vista hacia dónde vamos mientras vivimos aquí en la tierra: vamos hacia la eternidad. Nos olvidamos de la otra vida, la que nos espera después de la muerte.
Y al olvidar eso tan importante, creemos que a los seres humanos Dios nos castiga o nos premia en esta vida. Y no es así. Dios premia o castiga en la vida que nos espera después de morir.
De allí que el único castigo de Dios sea perderlo para siempre. En eso consiste la condenación eterna. Y, en realidad, no es Dios quien nos condena: somos nosotros mismos los que decidimos condenarnos, porque queremos estar en contra de Dios.
Así que lo que llamamos “castigos” de Dios, son regalos que nos da El con miras a la Vida Eterna. Pueden bien ser advertencias que El nos hace para que tomemos el camino correcto, para que nos volvamos hacia El, para que nos enrumbemos hacia la salvación y no hacia la condenación.
También es importante tener en cuenta que el demonio está muy interesado en distorsionar en nuestra mente cada situación de sufrimiento, para hacerlo ver como algo que Dios ha hecho para hacer daño al alma. Sabemos que el plan de Dios es atraer a todas las almas al Cielo. Y el plan del demonio es llevar a todas las almas que pueda al Infierno; y, dentro de esa estrategia, pretende lograr que la mente humana no acepte, mucho menos comprenda, el plan de Dios para cada uno.
En todo caso, en el plan de Dios las cosas son muy distintas a como las vemos los seres humanos. El tiene toda la “visión de conjunto” -como pudiéramos decir en lenguaje actual- pues El es un ser infinito en todas sus cualidades. Y, entre otros atributos, Dios es infinitamente bueno, infinitamente justo e infinitamente sabio. Nosotros, en cambio, tenemos una visión muy, muy incompleta, acorde -por supuesto- con nuestra limitada naturaleza humana.
¿Hemos pensado alguna vez, por ejemplo, que a veces hemos recibido favores de Dios que no nos merecemos? Lo mismo puede aplicarse en el sentido contrario con relación al sufrimiento: a veces lo merecemos y a veces, a nuestro modo de ver, tal vez no.
Y las cosas son así, porque en la justicia divina ni el sufrimiento en esta vida es proporcional a la culpa, ni el premio en esta vida es proporcional a los méritos. Dios es el que sabe; nosotros no sabemos nada.
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