En el Nuevo Testamento se habla del demonoio 511 veces. Eso quiere decir que es verdaderamente una realidad, porque de algo meramente simbólico no se estaría tan pendiente en la Escritura. Pero, sobre todo, si nos fijamos en las palabras del capítulo 8 del evangelio de San Juan, Cristo lo considera una persona; le llama Príncipe de este mundo, Padre de la mentira y Homicida desde el principio. Además, Jesucristo, cuando hace exorcismos, particularmente en el evangelio de San Marcos, lo trata como una persona: Sal de ahí, yo te lo digo, Satanás: sal de ahí, y le llama personalmente Satanás.
Además, aparece realmente como el enemigo personal del Reino de Dios que Cristo quiere instaurar. El Reino es la salvación definitiva que ha llegado con Cristo, y que nos libera del pecado y de la muerte y nos introduce en la filiación divina. El enemigo de este Reino no son las legiones romanas. Jesucristo no dice: El Reino de Dios ya ha llegado porque empiezan a marcharse los romanos, sino que, si yo expulso a los demonios con el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado.
Es un logion (dicho de Jesús) tan primitivo, de los más primitivos de las fuentes de los evangelios, que ni siquiera el mismo Bultmann lo niega. Jesucristo, además, se presenta en una parábola como el más fuerte que desposesiona de su poder al fuerte, a aquel príncipe de este mundo del que nos libera en la muerte. Y precisamente dice Jesucristo, en un párrafo estremecedor del evangelio de San Juan: Ahora el príncipe de este mundo es echado fuera. Cuando yo sea levantado hacia lo alto, atraeré a todos hacia mí. Cristo, pues, tiene conciencia de liberar una batalla personal con el demonio, de tal manera que esa batalla comienza con las tentaciones en el desierto, con las cuales el demonio quiere desviar a Cristo del camino de obediencia que le lleva a la Cruz, prometiéndole un triunfo en el sentido mesiánico de los judíos, y esa lucha dura hasta la Pasión.
De manera que san Lucas dice, en el capítulo 4 de su evangelio, a propósito de las tentaciones, que le dejó hasta otra oportunidad, que es precisamente cuando Jesucristo está ya en la oración de Getsemaní. En las religiones antiguas, la creencia en el demonio era bastante común. Algunos, por eso, argumentan que Jesucristo no hizo sino adecuarse a la cultura de su tiempo para hacerse entender por sus contemporáneos.
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