jueves, 4 de diciembre de 2014

¿Por qué hay que confesarse con un Sacerdote que es un hombre como cualquier otro?


Ciertamente, el Sacerdote es un ser humano como cualquier otro, con todas sus debilidades, iguales o mayores que las de los demás. Es cierto. Pero resulta que tiene un poder especialísimo que le otorga -nada menos que Dios- para perdonar los pecados de todos los hombres y mujeres que se acerquen al Sacramento de la Confesión.

¿Y por qué ha de parecer esto tan extraño? Fijémonos en el funcionamiento de las autoridades de un país, de una ciudad, de un municipio. ¿No tiene poder para llevarnos presos o imponernos una multa un Policía? Es un hombre como cualquier otro, pero tiene la potestad hasta de privarnos de nuestra libertad. 

Igualmente el Sacerdote es un ser humano como cualquier otro. Pero a él Dios le dio el poder de perdonar nuestros pecados: “A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados y a quienes no se los perdonen les quedan sin perdonar” (Jn. 20, 19-23).

Estas palabras se las dijo Jesucristo a sus Apóstoles el mismo día de su Resurrección. Se las estaba diciendo a los primeros Sacerdotes y también a los que vinieran después de ellos. Les estaba diciendo que cuando pronunciaran las palabras del perdón a cada pecador arrepentido, El ratificaría ese perdón en el Cielo, porque anteriormente les había dicho también: “Lo que aten en la tierra quedará atado en el Cielo y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el Cielo”. (Mt. 18,18)

¿Por qué cuestionar la forma como Dios dispuso las cosas para nuestro bien? ¿Qué pretendemos? ¿Que se nos perdone sin informar lo que deseamos nos sea perdonado? 

Dios ha podido escoger muchas otras maneras para perdonarnos. Podría haber escogido maneras más difíciles o desagradables. Pero escogió ésta: escogió dejarnos el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia o Confesión.

Dios, que es infinitamente sabio y misericordioso, sabía que necesitaríamos de la catarsis que significa el poder dejar por completo la culpa en el Confesionario. Al decir los pecados al Sacerdote y oír las palabras del perdón, nuestra alma no sólo queda blanqueada de los pecados cometidos, sino liviana por ya no tener que cargar con el peso de la culpa. 

Adicionalmente, la Iglesia ha dispuesto que el Sacramento de la Confesión sea lo menos difícil posible: absolutamente secreto y sin mayores trabas. 

¿Para qué, entonces, buscar motivos para seguir en pecado y cargando con el peso de la culpa, en vez de aprovechar la misericordia de Dios y sentirnos livianos, sin carga, en paz, al confesar los pecados al Sacerdote? 

Aprovechemos los medios que Dios ha dispuesto. Y más bien agradezcámosle su Amor y Misericordia infinitos al prever que seres humanos, como nosotros, escogidos por El para perdonar los pecados, estén a nuestra disposición.

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