Ciertamente, Dios nos ama ... y nos ama mucho, muchísimo más de lo que podemos imaginarnos, pues nos ama infinitamente. Pero sucede que a veces creemos que Dios no nos ama, porque no nos ama como nosotros creemos que nos debe amar.
En realidad lo que sucede es que estamos pensando igual que cuando éramos niños y nuestros padres no nos daban todo lo que queríamos. Y eso era motivo de protesta y reclamo. O estamos actuando igual a cuando nos prohibían una actividad y también protestábamos. O como cuando nos causaban un dolor necesario para curar una enfermedad: una medicina desagradable, un tratamiento doloroso, etc. ¡Cómo protestábamos y nos oponíamos a esas cosas “malas”, que en realidad eran “buenas”.
Dios también es Padre. Y es un Padre infinitamente más amoroso e infinitamente más sabio que nuestros padres terrenales. Sólo El sabe lo que más nos conviene. Y a veces las cosas que consideramos “malas” son todo lo contrario: muy buenas. Tal vez mucho mejores que las que consideramos “buenas”.
No podemos medir las cosas de Dios con medidas terrenas, sino con medida de eternidad. Dios sabe mucho mejor que nosotros. Si nuestros padres sabían lo que más nos convenía cuando éramos niños, ¡cómo no confiar en que Dios es el que sabe lo que nos conviene a cada uno!
El problema es que los planes de Dios son a largo plazo, a muy largo plazo, a plazo de eternidad. Y nosotros queremos reducir a Dios a nuestro plazo que es muy corto, muy cortico. Queremos reducir a Dios a esta vida terrena, que es muy cortica, si la comparamos con la vida en la eternidad.
Para poder comprender, aunque sea un poquito, los planes de Dios tenemos que comenzar a ver nuestra vida aquí en la tierra con anteojos de eternidad. Así, tal vez, podamos comenzar a comprender cómo los planes de Dios sí tienen sentido y cómo las cosas que creemos “malas” no son tan malas, sino buenas.
¡Cómo nos cuesta aceptar un sufrimiento, una enfermedad! Y en el plan de Dios mucho bien proviene del sufrimiento. Veamos a Jesucristo: su sufrimiento nos trajo la salvación. Por la muerte de Cristo todos tenemos derecho a una vida de felicidad plena y total para toda la eternidad.
Por cierto, no fue así al comienzo. Dios no creó a los seres humanos para el sufrimiento. Pero al oponernos a Dios por el pecado, entró el sufrimiento al mundo, así como la muerte y las enfermedades. Y Dios que es infinitamente bueno, cambia las cosas “malas” en buenas, cambia el sufrimiento en ganancia ... para la vida eterna.
El sufrimiento es un misterio. Como todo misterio no es posible explicarlo satisfactoriamente. Sólo lo comprenderemos después de esta vida. Allá en la eternidad comprenderemos los planes de Dios mucho mejor que ahora. Mientras tanto, confiemos en Dios. El es el que sabe.
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